sábado, 21 de agosto de 2010

Ortega y Gasset: ¡Españoles, reconstruid vuestro Estado!

General Miguel Primo de Rive




El Desastre de Annual, que llevó a la retirada de las mal pertrechadas tropas españolas del Rif, al Norte de Marruecos, supuestamente suscitaría el pronunciamiento liderado por el que fuera Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera (1870-1930). Acaecido el 13 de Septiembre de 1923. Hipotéticamente para evitar que al expediente abierto, por las negligencias que ocasionaron aquel hecho, se le diese curso en el Parlamento. Del cual se desprendía una enardecida crítica al decadente régimen de la Restauración y a la monarquía, encarnada en la figura de Alfonso XIII (1886-1941).


El degradante sistema político de aquel momento: herido profundamente por un rancio comportamiento caciquil, que corroía lentamente las raíces del mismo, cual letal toxina; y una naciente burguesía que no se sentía representada en él, propulsora de incipientes grupos nacionalistas y regionalistas que aclamaban un ferviente protagonismo; facilitará que el golpe de los sublevados militares se tope con una exigua oposición. Osando mostrarse su personaje estelar ante la opinión pública, como el “cirujano de hierro”, sugerido por el regeneracionista Joaquín Costa (1846-1911), que salvaría a España de los males que la aquejaban. Citando el autor en su obra Oligarquía y caciquismo como forma de gobierno en España al respecto lo siguiente: “(…) El sanar a España del cacique, el redimirla de esa cautividad, supone dos distintas cosas: operación quirúrgica, de efecto casi inmediato, y tratamiento médico, de acción lenta y paulatina. (…)” . Lo cual fue espuriamente interpretado por el dictador para hacerse con el poder. Erigiéndose como el remedio contra “los profesionales de la política”. Siendo nombrado Presidente, por el Rey Alfonso XIII, el 15 de Septiembre.

Su primera acción al frente del Ejecutivo sería disolver las Cortes y formar un Directorio Militar. Compuesto por él mismo, como máximo jefe, y mayormente por un general de cada capitanía. Entre cuyas competencias se hallaban dictar decretos con fuerza de ley. Permitiendo la operatividad de un único partido político, la “Unión Patriótica”, dirigida por el propio Miguel Primo de Rivera.

Su gestión económica se basaría en un desmesurado intervencionismo estatal. El Consejo de Economía Nacional será el encargado de regular el mercado, los precios y la producción. Potenciando la burocratización, favoritismos, monopolios y oligopolios. Impulsando aún más el desarrollo industrial de determinadas regiones como Cataluña o el País Vasco, a través del exponencial desarrollo, entre algunas, de la industria pesada y la minería. Y la pauperización de otros territorios. Lo que ocasionaría considerables migraciones en el interior de España. Asimismo llevará a cabo una fuerte inversión en infraestructuras y un eminente plan hidrológico, que era precisamente una de las recomendaciones de Costa a ejecutar por los gobernantes de nuestra patria. Desencadenando su negligente dirección económica en el excesivo endeudamiento de las arcas del Estado, lo que repercutiría negativamente en los posteriores gobiernos.

A partir de 1925 el caudillo se percata de la imposibilidad de sostener la provisionalidad del régimen dictatorial y sustituye el Directorio Militar por uno compuesto por políticos civiles. Ya que la Dictadura inicialmente se presentó como una situación transitoria para restablecer el orden nacional, ante la finalmente caótica Restauración, y dar paso a la normalidad democrática. No obstante, el sufragio universal, tal como era solicitado por la población, no sería restituido, ni el caciquismo radicado. Alzándose paulatinamente las voces en contra del Régimen. Uno de sus últimos intentos por mantenerse se concretaría en la elaboración de la fallida Constitución de 1929, cuyos rasgos fundamentales serían:

  • Declaración de la soberanía del Estado, ni monárquica, ni nacional. Característica de sistemas totalitarios.
  • Organización territorial marcadamente unitaria.
  • Cortes unicamerales. Conformadas por: treinta diputados designados por el rey a modo vitalicio; la mitad electos mediante sufragio universal y el resto resultarían  de representación corporativa.
Alfonso XIII
S.M. el Rey Don Alfonso XIII

Pero la creciente contestación del proyecto constitucional y del gobierno en sí, más la gradual pérdida de apoyos, incluso dentro del ejército, abocó a Miguel Primo de Rivera a presentar su dimisión el 28 de Enero de 1930 y a exiliarse. Sustituyéndolo en el cargo Dámaso Berenguer (1873-1953), nombrado igualmente por Alfonso XIII, etapa que sería calificada como  “La Dictablanda”, en contraposición con la anterior.

Sin embargo, el desencanto, con la monarquía y con los sucesivos gobiernos que hasta ese momento se habían conformado, era palpable. Agrandando abismalmente la brecha entre gobernantes y gobernados. De lo que dan fe las excelsas palabras del sempiterno maestro, José Ortega y Gasset (1883-1955), que bien servirían de aplicación al periodo vigente. Fragmentos extraídos de un artículo publicado en el “El Sol”, el 15 de Noviembre de 1930, titulado El error Berenguer”:  

“(…) El Estado (…) se ha ido formando un surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo, que moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar, que no tienen sentido de los deberes civiles, que son informales, que a las cuestiones de derecho y, en general, públicas, presentan una epidermis córnea.(…)  

(…) Entre las ideas sociológicas (…) que sobre España posee el Régimen actual, está esa de que los españoles se compran con actas. (…)

(…) Hemos padecido una incalculable desdicha. (…). No existe el Estado español. ¡Españoles: reconstruid vuestro Estado! (…)

(…)Somos nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!”


  • por Ibiza Melián




  • Fuente: Liberalismo.com  




  • miércoles, 4 de agosto de 2010

    Ibiza Melián: La Transición, Suárez y el Rey

    (Adolfo Suárez)
    La Transición es el período que acontece desde el fallecimiento de Franco, el 20 de Noviembre de 1975, hasta la aprobación de la Constitución española, el 29 de Diciembre de 1978. Aunque lo más acertado sería incluir igualmente la etapa que abarca hasta 1982, donde se siguen detectando elementos similares a los anteriores. Año este último en el que accede al gobierno el PSOE, tras ganar abrumadoramente las elecciones. 

    Pero si algo caracteriza a esa época es las ansias de libertad que respiraba la sociedad y desde ese sentimiento irrumpe un espíritu de consenso en todos los ámbitos, buscando alcanzar ese bien tan preciado. Nada mejor que las palabras de uno de los más importantes conductores de aquel momento, el expresidentes Adolfo Suárez, para entender tan trascendental contexto:

    “Sobre España pesaba una reciente historia plagada de desaciertos políticos, económicos y sociales que nos había conducido a dramáticos enfrentamientos civiles. Nuestro siglo XIX y buena parte del XX es buena prueba de ello. La guerra civil de 1936 no sólo había desgarrado en profundidad las vidas sino, también, las conciencias de muchos españoles. El dilema de las dos Españas, siempre excluyentes y permanentemente enfrentadas, había fabricado en nuestra conciencia colectiva un extraño complejo de inferioridad. Se decía que los españoles no éramos capaces de una convivencia democrática y libre, pacífica y fecunda.

    Lo que precisamente se hizo en la Transición fue arrojar por la borda tal lastre. Debíamos convencernos de que nuestra aptitud para la convivencia en libertad no era menor que la de cualquier otro país que viviera una democracia plena. Éramos, a pesar de nuestra larga historia, un pueblo joven. Las generaciones que no habían  conocido la Guerra Civil estaban construyendo una realidad económica y social, abierta al mundo y a los nuevos tiempos.

    Pocas veces en nuestra historia política hemos tenido los españoles la sensación de que los objetivos soñados por varias generaciones de compatriotas estaban al alcance de nuestras manos y los podíamos conseguir.”

    (Juan Carlos I de España)

    Y si primordial fue la figura de Adolfo Suárez, no menos la del monarca Juan Carlos I, que desde el instante inicial en que fue erigido sustituto de Franco en la Jefatura del Estado hizo suyo el deseo de su padre, Don Juan de Borbón (1913-1993), que no era otro que el de instaurar la democracia en España. Inaugurando una nueva Restauración de los Borbonesen el trono. Como ya sucediera anteriormente con su bisabuelo Alfonso XII a finales de 1874. Cumpliendo minuciosamente, como si de una hoja de ruta se tratase, lo proclamado por Don Juan de Borbón en el Manifiesto de Lausana el 19 de Marzo de 1945: “(…) Primordiales tareas serán: aprobación inmediata, por votación popular, de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos inherentes a la persona humana y garantía de las libertades políticas correspondientes; establecimiento de una asamblea legislativa elegida por la nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía política (…)” . Además apuntaba a modo de conclusión: “(…) Espero el momento en que pueda realizar mi mayor anhelo: la paz y la concordia de todos los españoles. (…)” 

    Mas esa oportunidad sólo se presentó con el ascenso al poder de su hijo. Dando muestras Juan Carlos I de su propósito durante el discurso de su proclamación pronunciado, ante las Cortes, el 22 de Noviembre de 1975:

    “(…) Hoy comienza una nueva etapa en la historia de España. (…)

    (…) La institución que personifico integra a todos los españoles. (…)

    (…)Un orden justo, igual para todos, permite reconocer dentro de la unidad del Reino y del Estado las peculiaridades regionales, como expresión de la diversidad de pueblos que constituyen la sagrada realidad de España. El Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición.

    (…) Una sociedad libre y moderna requiere la participación de todos en los foros de decisión, en los medios de información, en los diversos niveles educativos y en el control de la riqueza nacional. Hacer cada día más cierta y eficaz esa participación debe ser una empresa comunitaria y una tarea de gobierno. (…)”

    Plenamente consciente de que únicamente mediante la reconciliación de todos los españoles seríamos capaces de adentrarnos en otra etapa democrática. Pues como aseverara Winston Churchill: “Todos debemos volver la espalda a los horrores del pasado. Debemos mirar al futuro. No podemos permitirnos arrastrar durante los años venideros los odios ni las venganzas que han surgido de las heridas del pasado.” Lo que queda meridianamente explicado por Suárez:

    “En mi opinión fue esencial para el éxito del camino emprendido la eliminación del espíritu de revancha. Había que asumir la historia entera de España, sin pensar que el patriotismo y la españolidad eran patrimonio exclusivo de nadie.

    No se podía convertir a los vencedores en vencidos y a los vencidos en vencedores. Se trataba de que, de ahora en adelante, no hubiera ni vencedores ni vencidos sino sólo españoles. Había que lograr la definitiva reconciliación nacional cerrando las viejas heridas de la Guerra Civil, sin abrir ninguna nueva.”

    Pero la Transición no fue producto de unos pocos, sino de una sociedad entera que estaba decidida a reconquistar la libertad que le había sido usurpada. Porque, parafraseando a Adolfo Suárez: “Hay algo que ni siquiera Dios pudo negar a los hombres: la libertad”.