jueves, 6 de diciembre de 2018

Discurso de S.M. el Rey Felipe VI con motivo del 40º aniversario de la Constitución Española

P​ermítanme comenzar expresándoles el gran honor que es para mí dirigirme a sus señorías y a todos ustedes en este acto conmemorativo del 40 aniversario de nuestra Constitución. Una Constitución cuya celebración merece el mayor reconocimiento de todas las instituciones del Estado; pues gracias a ella y a su amparo España vive hoy en democracia y en libertad.
Muchas gracias, Señora Presidenta, por su amable invitación y por sus palabras; y a todos, por su presencia en este día emotivo y tan lleno de significado en el que evocamos un período único de nuestra historia. Lo hacemos, además, en presencia de algunos de sus principales y más destacados protagonistas a los que saludo con todo afecto y reconocimiento.
Señorías, Señoras y Señores,
En estas primeras palabras, y con motivo de este aniversario, quiero manifestar, una vez más, mi respeto y compromiso con nuestra Constitución. Un compromiso que asumí formalmente al cumplir la mayoría de edad y que renové el 19 de junio de 2014 ante las Cortes Generales. Recuerdo bien las palabras que me dirigió aquel 30 de enero de 1986 el entonces Presidente del Congreso, Don Gregorio Peces-Barba.
Dijo así: “Con el Juramento que vais a prestar estáis simbolizando vuestro sometimiento al Derecho, vuestra aceptación del sistema parlamentario representativo que nuestra Constitución establece, vuestro compromiso de servicio a las instituciones y a los ciudadanos y vuestra lealtad al Rey”.
Un compromiso institucional, pero también, sin duda, personal y moral. Un compromiso que no solo constituye una exigencia de mi responsabilidad, ahora como Jefe del Estado, sino que también es expresión de mi respeto y deber de lealtad al pueblo español que, al ratificar nuestra Constitución en libertad y en el ejercicio de su soberanía, otorgó legalidad y plena legitimidad democrática a todos los Poderes e Instituciones del Estado.
Señorías, Señoras y Señores,
Este aniversario es una gran oportunidad para recordar y reconocer la dimensión histórica de la decisión tomada por los españoles el 6 de diciembre de 1978; y lo es, también, sin duda, para valorar en nuestros días su alcance y proyección como se merece.
Por ello, celebramos este día con solemnidad y, también, como un profundo homenaje de gratitud. Son tantas las personas –presentes y ausentes– a las que se lo debemos, que sería imposible mencionarlas a todas. Por eso, quiero simbolizar ese agradecimiento en quienes, con todo merecimiento, hemos llamado Padres de la Constitución. Y quiero hacerlo a través de la autoridad de su propio testimonio, pues ellos nos ofrecen la interpretación más fiel de la obra que hoy conmemoramos.
Permítanme, entonces, que comience con las palabras de Don Gabriel Cisneros, que describía así a sus compañeros de la ponencia constitucional:
“La vehemente erudición de Fraga; el conservadurismo ilustrado y mordaz de Miguel Herrero; la templada displicencia gaditana y liberal de Pérez-Llorca; el maritainismo −a veces un punto cándido, a veces un punto airado− de Peces-Barba; la catalanidad sutil, negociadora e implacable de Roca; la increíble tenacidad marxista de Solé Tura; mi populismo —decía Cisneros de si mismo— antioligárquico, reformista, puritano y tradicional a un tiempo. Todo eso hizo la Constitución española de 1978. Todo eso —concluía— más la pasión española de los siete”.
Con todos ellos —y tantos hombres y mujeres que junto a ellos, debatieron y acordaron, desde ideologías tan opuestas y tradiciones tan diferentes— España tiene contraída su más alta deuda. Sus nombres forman parte de nuestra mejor historia, porque con su visión política y su generosidad han hecho posible la libertad y el progreso de millones y millones de españoles.
Señorías, Señoras y Señores,
La Constitución es el gran pacto nacional de convivencia entre los españoles por la concordia y la reconciliación, por la democracia y por la libertad. En palabras de Don Miguel Herrero: “Una Constitución consensuada (...) un pacto, pero entendido no como mera transacción, sino como unión de voluntades”.
No es una Constitución más de nuestra historia, desde aquel destello ilustrado y fugaz que supuso la de Cádiz en 1812: es la primera realmente fruto del acuerdo y el entendimiento y no de la imposición; es la primera que materializa la voluntad de integrar sin excluir; es la primera que no divide a los españoles sino que los une, que los convoca para un proyecto común y compartido; para el proyecto de una España diferente, de una España nueva: de una nueva idea de España.
“La Constitución fue un pacto de coraje y no de debilidad: porque el pacto es el privilegio del coraje”; no son palabras mías. Son de Don Miquel Roca, que, al referirse a las personas perseguidas por la dictadura, decía: “No pueden ser acusados, desde la dignidad y la objetividad, como susceptibles de haberse visto condicionados por unos poderes fácticos a los que habían derrotado con su retorno a la libertad.”
Y añadía: “Nadie podía sentirse condicionado cuando se construía un sistema democrático en medio de un conflicto terrorista que causaba muertos y víctimas de manera constante. Y nadie debería ignorar que los pactos de la Moncloa, (...) fueron firmados y avalados desde todo el abanico social y político. Y que los nostálgicos se sintieron tan derrotados como para intentar un golpe de estado el 23 de febrero de 1981, que fracasó y consolidó la democracia en España.”
Tampoco el pueblo español tuvo dudas ni debilidad: tenía inquietud y preocupación, sí, pero también una gran esperanza; vivía con una enorme ilusión, tenía incluso fe en que esta vez sí se iba a conseguir; y así lo demostró de manera clara y rotunda con su decisión libre, cívica y madura en el referéndum del 6 de diciembre de 1978.
Señorías, Señoras y Señores,
Al referirse a la transición política decía Don Manuel Fraga: “Son años de decisión. Tenemos que ocupar nuestro sitio exacto en el mundo actual. Si dejamos, por indecisión o por incapacidad, pasar el tren de la historia, no tendrán solución nuestros problemas económicos, sociales y políticos”.
Y España no dejó pasar, en esta ocasión, el tren de la Historia; así lo reconoció la Comunidad Internacional. Nuestra Constitución es la culminación de un proceso que supone el mayor éxito político de la España contemporánea. Un proceso del que todos podemos sentirnos auténticamente orgullosos porque en el espíritu, en los valores y en los ideales que inspiró este periodo de nuestra historia se encuentra la mejor España.
Y ese espíritu, esos valores y esos ideales, no podemos ni olvidarlos ni desvirtuarlos, sino reivindicarlos hoy con toda legitimidad, porque son la base del consenso político y social que resuelve las diferencias históricas entre los españoles y supera una España secularmente enfrentada y dividida.
Como ha señalado Don Miguel Herrero: “Los ponentes que redactamos el proyecto definitivo tuvimos la buena dicha de ser y sentirnos órganos, más o menos conscientes pero ciertos, del espíritu de nuestro pueblo. No tuvimos que buscarlo; lo respiramos en la plaza pública.”
Y a ese espíritu, a ese espíritu del pueblo, que es el de la Constitución, es al que ahora me voy a referir:
En primer lugar, a la reconciliación. Nunca podremos ni debemos olvidar a esos españoles de diferentes lugares, ideas y sentimientos, del interior y del exilio que, movidos por unos mismos ideales, empujados por la fuerza y la ilusión del pueblo, con complicidad y una inmensa generosidad, se reconocían y se aceptaban en un reencuentro lleno de emoción, perdón, y renuncia.
Pero ese abrazo estaba también lleno de futuro y de esperanza. Porque esos españoles quisieron legar a las futuras generaciones, por encima de todo, una España reconciliada consigo misma en la que nunca tuvieran que volver a vivir el sufrimiento, el miedo o el rencor que ellos habían padecido. Para que el desprecio no volviese a dividir a los españoles, ni el odio venciera a la razón.
Esos españoles nos dieron el mejor ejemplo de humanidad y de fraternidad; nos dieron una lección de dignidad; por eso, una vez más, quiero reiterarles nuestro mayor agradecimiento, toda nuestra admiración y nuestro más profundo respeto.
En segundo lugar, el entendimiento. Una voluntad de todos los españoles de querer entenderse; de respetar las ideas de los demás, de comprender y aceptar las diferencias poniendo fin a la persecución política y a la intolerancia; una voluntad de resolver los conflictos y las discrepancias a través del diálogo, respetando las leyes y los derechos de los demás, sin imposiciones ni exclusiones.
Don Jordi Solé Tura lo explicaba así: “Entre los siete ponentes había muchas diferencias políticas (...) Representábamos opciones diferentes, y en el pasado habíamos tenido enfrentamientos radicales. Y por encima de nuestras diferencias supimos encontrar un punto de coincidencia fundamental: que no se trataba de elaborar una Constitución (…) que dividiese a los ciudadanos españoles en dos bloques equivalentes y enfrentados radicalmente, sino que había que establecer unas reglas de juego practicables para todos los que éramos partidarios de la democracia. Había que establecer, desde luego, una línea divisoria −decía Solé Tura−: la que separaba a los partidarios de la democracia –fuesen cuales fuesen sus opciones y sus intereses sociales– de los enemigos de ella.”
Finalmente, el espíritu integrador de la sociedad española. Una vocación integradora que no supone uniformidad, ni significa olvidar o suprimir la diversidad territorial, ni negar la pluralidad, sino asumir y reconocer a todas ellas en una realidad nacional común en la que caben diferentes modos de pensar, de comprender y de sentir. Una España, en fin, que es de todos, construida por todos, y sentida y compartida por todos.
En ese sentido, decía Don Miguel Herrero: “Nuestra Constitución reconoció lo diverso y plural, precisamente para integrarlo”.
La Constitución es el gran pacto nacional de convivencia entre los españoles por la concordia y la reconciliación, por la democracia y por la libertad... es la primera que materializa la voluntad de integrar sin excluir; es la primera que no divide a los españoles sino que los une, que los convoca para un proyecto común y compartido; para el proyecto de una España diferente, de una España nueva: de una nueva idea de España. 
Y por su parte, Don José Pedro Pérez-Llorca lo entendió de esta manera: “La conciencia de que anteriores arranques históricos habían fallado y que su fracaso había traído calamidades sin fin al país era (…) algo que pesó mucho, tanto en el equilibrio final de la Constitución como, sobre todo, en la actitud o talante con que se negoció palabra por palabra. Actitud o talante –decía- en los que estuvo ausente la voluntad de imponerse, aun siendo cada cual consciente de sus razones y argumentos, y estuvo presente, más bien, la necesidad de llegar a acuerdos, convirtiendo la razón de cada cual en las razones del conjunto.”
Y añadió: “Se trató de ser inclusivos, y de huir de anatemas y condenas (...) Así la Constitución, si no de todos, porque ello es imposible, nació con vocación de poder ser asumida por todos”.
Señorías, Señoras y Señores,
Bajo ese espíritu de reconciliación, de entendimiento y de integración, la Constitución recogió en su texto las bases fundacionales de una España que se constituyó como un Estado Social y Democrático de Derecho.
De esa manera la Constitución afirmó:
- La Soberanía nacional, que fue recuperada por y para el pueblo español, devolviendo a los españoles su condición de ciudadanos y suprimiendo su consideración de súbditos.
- La unidad de España, reconociendo la autonomía de sus nacionalidades y regiones para su autogobierno.
- La Monarquía parlamentaria, en la que el Rey es símbolo de la unidad y de la permanencia del Estado. Una Monarquía Parlamentaria, en el seno de una democracia, que impulsó mi padre el Rey Juan Carlos I, de forma tan decisiva y determinante, durante aquel periodo trascendental de nuestra historia; y siempre junto a él, el apoyo permanente y comprometido de mi madre la Reina Sofía.
- La separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, independientes en el ejercicio de sus funciones, y el Tribunal Constitucional como supremo intérprete de nuestra Constitución.
- Finalmente, y como fundamento del orden político y la paz social, el reconocimiento de los derechos y libertades basados en la dignidad de la persona, en el respeto a la ley y a los derechos de los demás.
De esas bases fundacionales nacía una nueva España, un nuevo Estado, diferente de los anteriores y que rompía con el pasado. España se constituía en una democracia a semejanza de otras naciones occidentales y compartía con Repúblicas y Monarquías parlamentarias de su entorno los valores constitucionales que proclamaba: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo.
Decía, en ese sentido, Don Gregorio Peces-Barba: “Creo que se puede decir que la democracia parlamentaria es el único cauce para el acuerdo básico entre todos los españoles y para la exclusión de la violencia. Es el modelo del progreso, de la racionalidad y de la integración de los conflictos sobre la base de la transacción. No hay alternativa al Parlamento para evitar la trágica dialéctica del odio y del amigo enemigo. Es el modelo de la libertad y de los derechos fundamentales, es el modelo de la tolerancia”.
España iniciaba así, sobre esas bases, un camino para acometer las profundas transformaciones que requería nuestra vida en común.
Transcurridos ahora ya 40 años podemos decir que, en efecto, bajo la vigencia de nuestra Constitución, España ha vivido, sin duda, el cambio político, territorial, internacional, económico y social más profundo y más radical de su historia.
En el ámbito político, hoy –sobre todo y felizmente– podemos afirmar que la democracia está firme y plenamente consolidada. Las jóvenes generaciones nacen, se educan y se desarrollan en una sociedad democrática y los valores constitucionales impregnan la vida diaria y personal de nuestros ciudadanos y también nuestra vida colectiva.
Resolver los desencuentros mediante el diálogo, respetar las leyes y los derechos de los demás, ejercer esos derechos y acudir a los tribunales para defenderlos y cumplir sus decisiones, son principios definitivamente arraigados en los comportamientos de los ciudadanos. El sentimiento constitucional, consciente o a veces inconscientemente, está hondamente asentado en nuestras actitudes porque la Constitución es el alma viva de nuestra democracia. Una democracia que no tiene vuelta atrás en el sentir y las conciencias de los españoles.
Profunda ha sido igualmente la transformación vivida en nuestra estructura territorial. Nunca antes en nuestra historia se había diseñado y construido una arquitectura territorial con tan profunda descentralización del poder político, y el reconocimiento y protección de nuestras lenguas, tradiciones, culturas e instituciones.
En el ámbito internacional, España alcanzó su gran sueño de volver a la Europa democrática; desplegó todo el potencial político, económico y cultural que nos une con nuestras naciones hermanas de Iberoamérica. Recuperó, en fin, su presencia y su protagonismo en las instituciones internacionales y en los compromisos multilaterales con la paz, la seguridad y el desarrollo; facilitando también la apertura y presencia económica y empresarial en el mercado mundial, en puertas de –o cercana ya– la gran ola de la globalización.
Finalmente, creo necesario subrayar, también, el enorme nivel de progreso en todos los órdenes que España ha alcanzado en estos 40 años de democracia, regidos por nuestra Constitución. Los avances en derechos civiles y en protección e igualdad de la mujer son conquistas indiscutibles en una sociedad avanzada y madura como la nuestra. Y ningún ámbito social, económico o cultural ha quedado excluido de una renovación y mejora profunda en sus estructuras, en su organización y en su desarrollo.
Año a año y gracias –sobre todo– al trabajo sacrificado y esforzado de sucesivas generaciones de españoles, se ha ido construyendo un Estado del bienestar que debemos preservar y mejorar y que es esencial en nuestra convivencia. La educación pública ha llegado a todos los ciudadanos y la sanidad pública, gratuita y universal, es altamente reconocida y valorada dentro y fuera de nuestro país.
Los avances en turismo, transportes, infraestructuras, energía, telecomunicaciones, medio ambiente…, también en seguridad, por poner algunos ejemplos, son evidentes y realmente extraordinarios; y España, en ese gran salto hacia delante, ha conseguido incluso posiciones de liderazgo –impensables hace 40 años– en muchos de esos ámbitos de nuestra realidad.
España, en fin, aun con las necesidades y dificultades que bien conocemos y pese al impacto de las crisis económicas –especialmente la más reciente–, ha alcanzado niveles de prosperidad y bienestar como nunca antes en nuestra historia. En definitiva, España, se ha modernizado.
El paso del tiempo ha permitido, así pues, comprobar el acierto histórico de nuestras Cortes Constituyentes. El camino recorrido por nuestra Constitución ha sido un gran éxito colectivo pero no ha sido fácil. Muchos españoles han perdido su vida, o la de algún familiar, víctimas del fanatismo y la sinrazón terrorista; ellos estarán siempre, con la mayor dignidad, en nuestra memoria. España ha tenido que hacer frente a lo largo de estos últimos 40 años a hechos muy graves, y muy serios, que han afectado a nuestra libertad y también a nuestra convivencia. Y sin embargo, pese a todo ello, la Constitución y nuestro Estado Social y Democrático de Derecho han prevalecido.
Señorías, Señoras y Señores,
Una nueva generación de españoles hemos empezado a ocupar responsabilidades en la sociedad y en las instituciones. Y tenemos, sin duda, la enorme tarea de seguir hacia adelante, de no conformarnos, de hacer todo lo posible para honrar y mejorar el ingente legado que hemos recibido de las generaciones que nos han precedido.
La celebración del 40 aniversario de nuestra Constitución nos sirve para poner de manifiesto que la España de hoy es muy diferente a la de aquel 6 de diciembre de 1978. Como igualmente las circunstancias mundiales que vivimos son muy distintas y aún más exigentes que las del último tercio del siglo pasado.
Y, naturalmente, este aniversario no puede hacernos olvidar que a lo largo de todos estos años se han producido en nuestro país equivocaciones, errores e insuficiencias. Como tampoco debemos silenciar que, por supuesto, tenemos problemas políticos, económicos y sociales muy relevantes; que tenemos también el gran reto, que nos interpela a diario, de preparar a España ante las nuevas exigencias de los avances científicos y la revolución tecnológica que ya definen de manera tan evidente, en nuestros días, al siglo XXI; y especialmente de procurar que el bienestar y la prosperidad que la Constitución ayudó a asentar, llegue de forma efectiva a todos nuestros ciudadanos, para que puedan contemplar su futuro con el ánimo y la tranquilidad de espíritu a los que tienen derecho.
Por eso, tenemos el deber de pensar en el futuro; de seguir construyendo, desde nuestras respectivas responsabilidades, una España en vanguardia, moderna y renovada; una España abierta a los cambios que nuestra sociedad y, especialmente, las jóvenes generaciones merecen.
Y también sabemos que para avanzar, para progresar con seguridad y confianza –para evolucionar–, hemos de sumar ese inmenso patrimonio de libertades, derechos y bienestar que hemos conseguido a la voluntad de ir adaptando y amoldando nuestra manera de hacer y de vivir a la realidad de cada momento; con espíritu crítico pero siempre constructivo. Solo así, podremos abrirnos al futuro con garantías y solidez, con ilusión y con esperanza.
Celebraciones como las de hoy nos permiten no solo recordar y reconocer los ideales y los valores que unieron a los españoles en un período inolvidable de nuestra historia, sino también reivindicar su plena vigencia en nuestros días como pilares esenciales y fuente de inspiración de nuestra convivencia: El espíritu de reconciliación, porque la Constitución es un mandato permanente de concordia entre los españoles; la voluntad de entendimiento, a través de la palabra, la razón y el derecho; la vocación de integración, respetando nuestras diferencias y nuestra diversidad; y el ánimo, solidario y generoso, que edifica y cohesiona la fibra moral de nuestra sociedad.
Señorías, Señoras y Señores,
A esa tarea de construir España, a la que todos estamos convocados, dedico mi vida y todos mis esfuerzos; desde aquel lejano 30 de enero de 1986, que conservo con gran emoción en mi memoria; y de manera aún más especial desde mi proclamación como Rey el 19 de junio de 2014, al iniciar una nueva y renovada época para la Corona de España. Una vida al servicio de todos los españoles, desde la independencia y la neutralidad, y comprometido con la Constitución que nos trajo la democracia y la libertad.
Porque la Corona está ya indisolublemente unida −en la vida de España− a la democracia y a la libertad.
Muchas gracias, moltes gràcies, eskerrik asko, moitas grazas.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Die Monarchie ist weit davon entfernt, eine überholte Institution zu sein


Die Monarchie ist weit davon entfernt, eine überholte Institution zu sein; sie ist vielmehr ein zentrales Element für den Luxemburger Staat und die Nation.

Für denjenigen, der Luxemburg zum ersten Mal entdeckt wird die Monarchie in erster Linie durch den Staatschef und die großherzogliche Familie symbolisiert. Dadurch dass Großherzog Henris Regentschaft im Zeichen der Kontinuität steht, verbindet er Tradition und Moderne.

Für die Luxemburger ist die großherzogliche Familie jedoch noch viel mehr. Sie ist ein Stabilitätsgarant und steht über dem politischen Alltagsgeschäft. Sie ist auch ein Symbol der Einheit des Landes und seiner Unabhängigkeit. Die Widerstandsbewegung, die sich während des Zweiten Weltkriegs um Großherzogin Charlotte bildete, ist ein markantes Beispiel dafür.

Für ausländische Investoren ist die Luxemburger Monarchie ein identifizierbarer und kompetenter Partner, der für langfristige Beziehungen steht. Diese Stabilität gibt Luxemburg eine unverkennbare Attraktivität gegenüber ausländischen Investoren.

Nicht zuletzt ist die großherzogliche Familie ein "Publikumsmagnet", sowohl für ausländische Besucher und als für die lokale Bevölkerung, insbesondere bei Anlässen wie dem Vorabend vom Nationalfeiertag (22. Juni) und dem Nationalfeiertag (23. Juni).





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jueves, 19 de junio de 2014

Mensaje de Su Majestad el Rey en su Proclamación ante las Cortes Generales

Comparezco hoy ante Las Cortes Generales para pronunciar el juramento previsto en nuestra Constitución y ser proclamado Rey de España. Cumplido ese deber constitucional, quiero expresar el reconocimiento y el respeto de la Corona a estas Cámaras, depositarias de la soberanía nacional. Y permítanme que me dirija a sus señorías y desde aquí, en un día como hoy, al conjunto de los españoles.


Inicio mi reinado con una profunda emoción por el honor que supone asumir la Corona, consciente de la responsabilidad que comporta y con la mayor esperanza en el futuro de España.

Una nación forjada a lo largo de siglos de Historia por el trabajo compartido de millones de personas de todos los lugares de nuestro territorio y sin cuya participación no puede entenderse el curso de la Humanidad.

Una gran nación, Señorías, en la que creo, a la que quiero y a la que admiro; y a cuyo destino me he sentido unido toda mi vida, como Príncipe Heredero y -hoy ya- como Rey de España.

Ante sus Señorías y ante todos los españoles -también con una gran emoción- quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre, el Rey Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra historia con un legado político extraordinario. Como muy bien ha dicho el presidente del Congreso, hace casi 40 años, desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de todos los españoles. Y lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo el Conde Barcelona y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea.

En la persona del Rey Juan Carlos rendimos hoy el agradecimiento que merece una generación de ciudadanos que abrió camino a la democracia, al entendimiento entre los españoles y a su convivencia en libertad. Esa generación, bajo su liderazgo y con el impulso protagonista del pueblo español, construyó los cimientos de un edificio político que logró superar diferencias que parecían insalvables, conseguir la reconciliación de los españoles, reconocer a España en su pluralidad y recuperar para nuestra Nación su lugar en el mundo.

Y me permitirán también, Señorías, que agradezca a mi madre, la Reina Sofía, toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles. Su dedicación y lealtad al Rey Juan Carlos, su dignidad y sentido de la responsabilidad, son un ejemplo que merece un emocionado tributo de gratitud que hoy -como hijo y como Rey- quiero dedicarle. Juntos, los Reyes Juan Carlos y Sofía, desde hace más de 50 años, se han entregado a España. Espero que podamos seguir contando muchos años con su apoyo, su experiencia y su cariño.

A lo largo de mi vida como Príncipe de Asturias, de Girona y de Viana, mi fidelidad a la Constitución ha sido permanente, como irrenunciable ha sido -y es- mi compromiso con los valores en los que descansa nuestra convivencia democrática. Así fui educado desde niño en mi familia, al igual que por mis maestros y profesores. A todos ellos les debo mucho y se lo agradezco ahora y siempre. Y en esos mismos valores de libertad, de responsabilidad, de solidaridad y de tolerancia, la Reina y yo educamos a nuestras hijas, la Princesa de Asturias, Leonor, y la Infanta Sofía.

Señoras y Señores Diputados y Senadores,

Hoy puedo afirmar ante estas Cámaras -y lo celebro- que comienza el reinado de un Rey constitucional.

Un Rey que accede a la primera magistratura del Estado de acuerdo con una Constitución que fue refrendada por los españoles y que es nuestra norma suprema desde hace ya más de 35 años.

Un Rey que debe atenerse al ejercicio de las funciones que constitucionalmente le han sido encomendadas y, por ello, ser símbolo de la unidad y permanencia del Estado, asumir su más alta representación y arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones.

Un Rey, en fin, que ha de respetar también el principio de separación de poderes y, por tanto, cumplir las leyes aprobadas por las Cortes Generales, colaborar con el Gobierno de la Nación -a quien corresponde la dirección de la política nacional- y respetar en todo momento la independencia del Poder Judicial.

No tengan dudas, Señorías, de que sabré hacer honor al juramento que acabo de pronunciar; y de que, en el desempeño de mis responsabilidades, encontrarán en mí a un Jefe del Estado leal y dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar; y también a defender siempre los intereses generales.

Y permítanme añadir, que a la celebración de este acto de tanta trascendencia histórica, pero también de normalidad constitucional, se une mi convicción personal de que la Monarquía Parlamentaria puede y debe seguir prestando un servicio fundamental a España.

La independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el equilibrio con los demás órganos constitucionales y territoriales, favorecer el ordenado funcionamiento del Estado y ser cauce para la cohesión entre los españoles. Todos ellos, valores políticos esenciales para la convivencia, para la organización y desarrollo de nuestra vida colectiva.

Pero las exigencias de la Corona no se agotan en el cumplimiento de sus funciones constitucionales. He sido consciente, desde siempre, de que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta y comprometida con la sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos, y debe compartir -y sentir como propios- sus éxitos y sus fracasos.

La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social. Porque, sólo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida- nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de todos los ciudadanos.

Éstas son, Señorías, mis convicciones sobre la Corona que, desde hoy, encarno: una Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Y afronto mi tarea con energía, con ilusión y con el espíritu abierto y renovador que inspira a los hombres y mujeres de mi generación.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,

Hoy es un día en el que, si tuviéramos que mirar hacia el pasado, me gustaría que lo hiciéramos sin nostalgia, pero con un gran respeto hacia nuestra historia; con espíritu de superación de lo que nos ha separado o dividido; para así recordar y celebrar todo lo que nos une y nos da fuerza y solidez hacia el futuro.

En esa mirada deben estar siempre presentes, con un inmenso respeto también, todos aquellos que, víctimas de la violencia terrorista, perdieron su vida o sufrieron por defender nuestra libertad. Su recuerdo permanecerá en nuestra memoria y en nuestro corazón. Y la victoria del Estado de Derecho, junto a nuestro mayor afecto, será el mejor reconocimiento a la dignidad que merecen.

Y mirando a nuestra situación actual, Señorías, quiero también transmitir mi cercanía y solidaridad a todos aquellos ciudadanos a los que, el rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse heridos en su dignidad como personas. Tenemos con ellos el deber moral de trabajar para revertir esta situación y el deber ciudadano de ofrecer protección a las personas y a las familias más vulnerables. Y tenemos también la obligación de transmitir un mensaje de esperanza -particularmente a los más jóvenes- de que la solución de sus problemas y en particular la obtención de un empleo, sea una prioridad para la sociedad y para el Estado. Sé que todas sus Señorías comparten estas preocupaciones y estos objetivos.

Pero sobre todo, Señorías, hoy es un día en el que me gustaría que miráramos hacia adelante, hacia el futuro; hacia la España renovada que debemos seguir construyendo todos juntos al comenzar este nuevo reinado.

A lo largo de estos últimos años -y no sin dificultades- hemos convivido en democracia, superando finalmente tiempos de tragedia, de silencio y oscuridad. Preservar los principios e ideales en los que se ha basado esa convivencia y a los que me he referido antes, no sólo es un acto de justicia con las generaciones que nos han precedido, sino una fuente de inspiración y ejemplo en todo momento para nuestra vida pública. Y garantizar la convivencia en paz y en libertad de los españoles es y será siempre una responsabilidad ineludible de todos los poderes públicos.

Los hombres y mujeres de mi generación somos herederos de ese gran éxito colectivo admirado por todo el mundo y del que nos sentimos tan orgullosos. A nosotros nos corresponde saber transmitirlo a las generaciones más jóvenes.

Pero también es un deber que tenemos con ellas -y con nosotros mismos-, mejorar ese valioso legado, y acrecentar el patrimonio colectivo de libertades y derechos que tanto nos ha costado conseguir. Porque todo tiempo político tiene sus propios retos; porque toda obra política -como toda obra humana- es siempre una tarea inacabada.

Los españoles y especialmente los hombres y mujeres de mi generación, Señorías, aspiramos a revitalizar nuestras instituciones, a reafirmar, en nuestras acciones, la primacía de los intereses generales y a fortalecer nuestra cultura democrática.

Aspiramos a una España en la que se puedan alcanzar acuerdos entre las fuerzas políticas sobre las materias y en los momentos en que así lo aconseje el interés general.

Queremos que los ciudadanos y sus preocupaciones sean el eje de la acción política, pues son ellos quienes con su esfuerzo, trabajo y sacrificio engrandecen nuestro Estado y dan sentido a las instituciones que lo integran.

Deseamos una España en la que los ciudadanos recuperen y mantengan la confianza en sus instituciones y una sociedad basada en el civismo y en la tolerancia, en la honestidad y en el rigor, siempre con una mentalidad abierta y con un espíritu solidario.

Y deseamos, en fin, una España en la que no se rompan nunca los puentes del entendimiento, que es uno de los principios inspiradores de nuestro espíritu constitucional.

En ese marco de esperanza quiero reafirmar, como Rey, mi fe en la unidad de España, de la que la Corona es símbolo. Unidad que no es uniformidad, Señorías, desde que en 1978 la Constitución reconoció nuestra diversidad como una característica que define nuestra propia identidad, al proclamar su voluntad de proteger a todos los pueblos de España, sus tradiciones y culturas, lenguas e instituciones. Una diversidad que nace de nuestra historia, nos engrandece y nos debe fortalecer.

En España han convivido históricamente tradiciones y culturas diversas con las que de continuo se han enriquecido todos sus pueblos. Y esa suma, esa interrelación de culturas y tradiciones tiene su mejor expresión en el concierto de las lenguas. Junto al castellano, lengua oficial del Estado, las otras lenguas de España forman un patrimonio común que, tal y como establece la Constitución, debe ser objeto de especial respeto y protección; pues las lenguas constituyen las vías naturales de acceso al conocimiento de los pueblos y son a la vez los puentes para el diálogo de todos los españoles. Y así lo han considerado y reclamado escritores tan señeros como Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao.

En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben todas las formas de sentirse español. Porque los sentimientos, más aún en los tiempos de la construcción europea, no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir.

Y esa convivencia, la debemos revitalizar cada día, con el ejercicio individual y colectivo del respeto mutuo y el aprecio por los logros recíprocos. Debemos hacerlo con el afecto sincero, con la amistad y con los vínculos de hermandad y fraternidad que son indispensables para alimentar las ilusiones colectivas.

Trabajemos todos juntos, Señorías, cada uno con su propia personalidad y enriqueciendo la colectiva; hagámoslo con lealtad, en torno a los nuevos objetivos comunes que nos plantea el siglo XXI. Porque una nación no es sólo su historia, es también un proyecto integrador, sentido y compartido por todos, que mire hacia el futuro.

Un nuevo siglo, Señorías, que ha nacido bajo el signo del cambio y la transformación y que nos sitúa en una realidad bien distinta de la del siglo XX.

Todos somos conscientes de que estamos asistiendo a profundas transformaciones en nuestras vidas que nos alejan de la forma tradicional de ver el mundo y de situarnos en él. Y que, al tiempo que dan lugar a incertidumbre, inquietud, o temor en los ciudadanos, abren también nuevas oportunidades de progreso.

Afrontar todos estos retos y dar respuestas a los nuevos desafíos que afectan a nuestra convivencia, requiere el concurso de todos: de los poderes públicos, a los que corresponde liderar y definir nuestros grandes objetivos nacionales; pero también a los ciudadanos, de su impulso, su convicción y su participación activa. Es una tarea que demanda un profundo cambio de muchas mentalidades y actitudes y, por supuesto, gran determinación y valentía, visión y responsabilidad.

Nuestra Historia nos enseña que los grandes avances de España se han producido cuando hemos evolucionado y nos hemos adaptado a la realidad de cada tiempo; cuando hemos renunciado al conformismo o a la resignación y hemos sido capaces de levantar la vista y mirar más allá -y por encima- de nosotros mismos; cuando hemos sido capaces de compartir una visión renovada de nuestros intereses y objetivos comunes.

El bienestar de nuestros ciudadanos -hombres y mujeres-, Señorías, nos exige situar a España en el siglo XXI, en el nuevo mundo que emerge aceleradamente; en el siglo del conocimiento, la cultura y la educación.

Tenemos ante nosotros un gran desafío de impulsar las nuevas tecnologías, la ciencia y la investigación, que son hoy las verdaderas energías creadoras de riqueza; tenemos el desafío de promover y fomentar la innovación, la capacidad creativa y la iniciativa emprendedora como actitudes necesarias para el desarrollo y el crecimiento. Todo ello es, a mi juicio, imprescindible para asegurar el progreso y la modernización de España y nos ayudará, sin duda, a ganar la batalla por la creación de empleo, que constituye la principal preocupación de los españoles.

El siglo XXI, el siglo también del medio ambiente, deberá ser aquel en el que los valores humanísticos y éticos que necesitamos recuperar y mantener, contribuyan a eliminar las discriminaciones, afiancen el papel de la mujer y promuevan aún más la paz y la cooperación internacional.

Señorías, me gustaría referirme ahora a ese ámbito de las relaciones internacionales, en el que España ocupa una posición privilegiada por su lugar en la geografía y en la historia del mundo.

De la misma manera que Europa fue una aspiración de España en el pasado, hoy España es Europa y nuestro deber es ayudar a construir una Europa fuerte, unida y solidaria, que preserve la cohesión social, afirme su posición en el mundo y consolide su liderazgo en los valores democráticos que compartimos. Nos interesa, porque también nos fortalecerá hacia dentro. Europa no es un proyecto de política exterior, es uno de los principales proyectos para el Reino de España, para el Estado y para la sociedad.

Con los países iberoamericanos nos unen la historia y lazos muy intensos de afecto y hermandad. En las últimas décadas, también nos unen intereses económicos crecientes y visiones cada vez más cercanas sobre lo global. Pero, sobre todo, nos une nuestra lengua y nuestra cultura compartidas. Un activo de inmenso valor que debemos potenciar con determinación y generosidad.

Y finalmente, nuestros vínculos antiguos de cultura y de sensibilidad tan próximos con el Mediterráneo, Oriente Medio y los países árabes, nos ofrecen una capacidad de interlocución privilegiada, basada en el respeto y la voluntad de cooperar en tantos ámbitos de interés mutuo e internacional, en una zona de tanta relevancia estratégica, política y económica.

En un mundo cada vez más globalizado, en el que están emergiendo nuevos actores relevantes, junto a nuevos riesgos y retos, sólo cabe asumir una presencia cada vez más potente y activa en la defensa de los derechos de nuestros ciudadanos y en la promoción de nuestros intereses, con la voluntad de participar e influir más en los grandes asuntos, asuntos de la agenda global y sobre todo en el marco de las Naciones Unidas.

Señoras y Señores Diputados y Senadores,

Con mis palabras de hoy, he querido cumplir con el deber que siento de transmitir a sus señorías y al pueblo español, sincera y honestamente, mis sentimientos, convicciones y compromisos sobre la España con la que me identifico, a la que quiero y a la que aspiro; y también sobre la Monarquía Parlamentaria en la que creo: como dije antes y quiero repetir, una monarquía renovada para un tiempo nuevo.

Y al terminar mi mensaje quiero agradecer a los españoles el apoyo y el cariño que en tantas ocasiones he recibido. Mi esperanza en nuestro futuro se basa en mi fe en la sociedad española; una sociedad madura y vital, responsable y solidaria, que está demostrando una gran entereza y un espíritu de superación que merecen el mayor reconocimiento.

Señorías, tenemos un gran País; Somos una gran Nación, creamos y confiemos en ella.
Decía Cervantes en boca de Don Quijote: "no es un hombre más que otro si no hace más que otro".

Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi trabajo y mi esfuerzo diario, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey.

Muchas gracias.  Moltes gràcies.  Eskerrik asko.  Moitas grazas.

Madrid, 19.06.2014

martes, 3 de junio de 2014

Preguntas frecuentes sobre el proceso de la abdicación

La abdicación, una opción recogida en la Constitución

La abdicación del rey está contemplada en la Constitución española de 1978. El príncipe heredero se convierte automáticamente en el nuevo monarca una vez que se hace efectiva aunque luego tenga que ser "proclamado ante las Cortes" y prestar juramento ante el Parlamento.
El artículo 57.5 de la Constitución establece que "las abdicaciones y renuncias y cualquier otra duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión de la Corona se resolverán por una ley orgánica", por lo que, según Yolanda Gómez, catedrática de Derecho Constitucional de la UNED, "es obligado" que se elabore y se apruebe esta ley.
Aunque la abdicación sea una decisión personal, eso "no impide", señala esta experta, que el Parlamento "no pueda y deba participar" en la tramitación de esta norma que podría aprobarse "en muy poco tiempo" mediante un procedimiento de urgencia "ya que se trata de una ley que consistiría en un texto muy breve".

¿Cuándo se convierte el príncipe Felipe en Rey?

El príncipe Felipe se convertirá en el nuevo rey de España una vez que se haga efectiva la abdicación. "La sucesión al trono y, por tanto, a la Jefatura del Estado, se produce en el mismo momento que acontece la causa que lo provoca, el fallecimiento o la abdicación (no por el simple anuncio, sino una vez es efectiva). No hay vacío de poder", según explica la profesora titular de Derechos Constitucional de la Universidad de Barcelona Enriqueta Expósito.
El príncipe Felipe será proclamado rey ante las Cortes Generales reunidas en el Congreso, pero aún no hay fecha para ello. Lo previsible, según las fuentes consultadas por Efe, es que coincida con la publicación en el BOE de la abdicación del rey, o como mucho se produzca en los días posteriores, ya que de lo contrario habría que nombrar una regencia que recaería también en el príncipe de Asturias.

¿Cómo es la proclamación ante las Cortes y el juramento?

El artículo 61.1 de la Constitución establece que "el rey al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y hacer respetar los derechos de los ciudadanos y las Comunidades Autónomas".
La proclamación del nuevo rey "ante" las Cortes, que no "por" las Cortes ya que la sucesión es automática, se produciría en una sesión conjunta de diputados y senadores en el Congreso en los días siguientes a la sucesión.
Lo que se hace en este acto es "proclamar al que ya venía siendo rey desde horas o días antes y "tomarle juramente", explica Yolanda Gómez. Don Felipe ya juró la Constitución como heredero cuando cumplió la mayoría de edad, pero ahora tendrá que hacerlo de nuevo "porque la fórmula de juramento es diferente para el príncipe heredero que para el rey", añade esta experta.
"Las consecuencias que tiene es proclamarlo a todos los efectos como sucesor ya que hasta ese momento solo tenía una expectativa de serlo", aunque el contenido es idéntico salvo por un "importante matiz: el heredero jura también fidelidad al rey", explica la profesora de la Universidad de Barcelona Enriqueta Expósito.

¿Debe haber un acto de coronación al margen de la proclamación?

No es necesario, aunque "podría hacer una recepción oficial para las altas autoridades del Estado y para el cuerpo diplomático acreditado en España", según apunta Yolanda Gómez, catedrática de Derecho Constitucional de la UNED.
"Esto sería muy normal y sería el mismo día de la proclamación y juramento o el día siguiente, pero en todo caso, en fecha cercana", añade.
La profesora Enriqueta Expósito, sin embargo, apunta que podría haber una "ceremonia oficial de coronación" que podría posponerse meses y a la que "suelen acudir también jefes de Estado de otros países y representantes de otras Casas Reales", como pasó en Mónaco en 2005.

¿Qué papel tendrá don Juan Carlos tras la abdicación?

La Constitución no establece ninguna función para el rey que abdica, aunque seguirá "siendo parte de la familia real pero sin funciones constitucionales", señala Gómez. El Real Decreto 2917/1981, de 27 de noviembre, que regula el Registro Civil de la Casa Real, establece en su artículo 1 que en él se inscribirán "los nacimientos, matrimonios y defunciones, así como cualquier otro hecho o acto inscribible con arreglo a la legislación sobre Registro Civil, que afecten al Rey de España, su augusta consorte, sus ascendentes de primer grado, sus descendientes y al Príncipe heredero de la Corona".
Enriqueta Expósito apunta a que el rey don Juan Carlos, cuando se haga efectiva la abdicación, podría ostentar el título de Conde de Barcelona como hizo su padre, don Juan, después de que renunciara a sus derechos a favor de su hijo en mayor de 1977. "Título que solo está referido a los reyes", señala.
El Real Decreto 1386/1987, de 6 de noviembre, sobre el Régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y de los Regentes establecía que el padre del rey "continuará vitaliciamente en el uso del título de conde de Barcelona, con tratamiento de Alteza Real y honores análogos a los que corresponden al Príncipe de Asturias".
Expósito señala que "en ausencia de una regulación expresa en sentido contrario, le resultaría de aplicación dicha previsión".

¿Cuándo se convierte la infanta Leonor en heredera?

En el momento en el que Felipe se convierta en rey, es decir, cuando la abdicación se haga efectiva, la infanta Leonor pasa automáticamente a ser princesa de Asturias.
El artículo 57.2 de la Constitución establece que "el Príncipe heredero, desde su nacimiento o desde que se produzca el hecho que origine el llamamiento, tendrá la dignidad de Príncipe de Asturias y los demás títulos vinculados tradicionalmente al sucesor de la Corona de España.

¿Qué ocurre si Leonor tiene un hermano varón?

La Constitución española establece en su artículo 57.1 que "la Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos".
¿Qué pasaría entonces si Leonor tuviera un hermano varón siendo ya princesa de Asturias si no se ha reformado antes la Constitución? Aquí hay divergencia de opiniones.
Yolanda Gómez, catedrática de Derecho Constitucional de la UNED, asegura que "si se produjera el nacimiento de un tercer hijo" de los actuales príncipes de Asturias, "y fuera varón por aplicación del artículo 57.1. de la Constitución el recién nacido pasaría ("desde su nacimiento") a ser príncipe de Asturias, desposeyendo de tal título a la infanta Leonor".
Sin embargo, Enriqueta Expósito, profesora titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona, asegura que una vez que el príncipe Felipe sea rey y la infanta Leonor se convierta en heredera esta circunstancia no cambiará aunque tuviera posteriormente un hermano varón.

Según esta experta, "la heredera seguiría siendo su primogénita. La Constitución refiere la condición de heredero/a al momento en el que se produce la sucesión", en este caso en cuanto la abdicación del rey sea efectiva.

Fuente: RTVE


lunes, 13 de enero de 2014

Los Württemberg: Una dinastía con «allure» artístico

por Amadeo-Martín Rey y Cabieses

Carlos, duque de Württemberg, ostenta la jefatura de esta casa real alemana tras la renuncia a la sucesión de su hermano mayor para casarse con la baronesa Adelheid von und zu Bodman.

S.A.R. Carlos Duque de Württemberg
Los Württemberg, condes desde 1143, alcanzaron el título ducal en 1495 tras la Dieta de Worms gracias al emperador Maximiliano I, que elevó a duque al conde Eberardo de Württemberg. El duque Ulrich abrazó la Reforma protestante, pero en el siglo XVIII se extinguió su rama, lo que supuso que un católico, Carlos Alejandro, sucediera en la corona ducal. La dinastía fue fiel al Papa hasta el duque Federico III en 1797. Gracias a Napoleón se convirtió en príncipe elector en 1803 y en rey en 1806 con el nombre de Federico I. Encargó las joyas de la corona, que se pueden ver en el Museo del Estado de Württemberg. Casó primero con la duquesa Augusta de Brunswick-Wolfenbüttel, que le dio varios hijos, y luego, con Carlota, hija del Jorge III de Inglaterra, con la que no tuvo descendencia. Las princesas de la Casa realizaron brillantes enlaces. Sofía Dorotea, mujer de Pablo I de Rusia, fue madre de los zares Alejandro I y Nicolás I. Sofía, hija del rey Guillermo I de Württemberg y de la gran duquesa Catalina Pavlovna de Rusia, casó con quien luego sería rey Guillermo III de los Países Bajos. Pauline con Guillermo, duque de Nassau, siendo madre del gran duque Adolfo de Luxemburgo y de la reina Sofía de Suecia, esposa de Oscar II. Otra Pauline de Württemberg, hija del rey Guillermo II, fue esposa de Guillermo Federico, príncipe de Wied. Antonieta casó con Ernesto I, duque de Sajonia-Coburgo-Gotha. Catalina, al contraer matrimonio con Jerónimo Bonaparte, hermano de Napoleón I –y tronco de los actuales príncipes Napoleón–, se convirtió en reina de Westfalia llevando a la familia imperial francesa sangre de la realeza alemana. María Teresa casó con el actual Conde de París, y tras divorciarse recibió de su suegro el título de duquesa de Montpensier, de familiar memoria para los españoles.

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Matrimonio desigual
De una rama morganática del linaje fue el príncipe Guillermo de Urach, conde de Württemberg y segundo duque de Urach, elegido el 11 de julio de 1918 rey de Lituania con el nombre de Mindaugas II, aunque nunca llegó a reinar debido a la oposición de Alemania. Casó con sendas princesas de Baviera, Amelia y Wiltrud, y dejó amplia descendencia. Era hijo de Guillermo, conde de Württemberg y primer duque de Urach –convertido al catolicismo tras fallecer su primera esposa, Teodolinda de Beauharnais, princesa de Leuchtenberg–, y de la segunda esposa de éste, la princesa Florestina de Mónaco, varias veces regente de Mónaco e hija de Florestán I. Esta rama surge del matrimonio desigual del abuelo del rey de Lituania, el duque Guillermo de Württemberg, con la baronesa Guillermina de Tunderfeldt-Rhodis. De otra rama morganática de los Württemberg, la de los duques de Teck, procedía Mary, reina de Inglaterra por su casamiento con Jorge V y famosa por su afición a las joyas. Guillermo II de Württemberg fue el último soberano alemán en abdicar en 1918. El actual jefe de la casa real es Carlos, duque de Württemberg, que –por extinción o matrimonios morganáticos de otras ramas de su familia– recibió la herencia de esta casa real. Su hermano mayor, Luis, renunció a la sucesión al casar con la baronesa Adelheid von und zu Bodman. Pertenecen a la rama católica de la casa, son hijos de Felipe, duque de Württemberg –gran benefactor de la Universidad de Tubinga y de escuelas de Stuttgart y Hochheim– y de su segunda esposa, la archiduquesa Rosa de Austria-Toscana, y nietos de Alberto y de la archiduquesa Margarita de Austria.

Toisón de Oro
Su rama se origina en Alejandro Federico de Württemberg, hermano del rey Federico I y de la emperatriz María Feodorovna de Rusia, la citada Sofía Dorotea, esposa de Pablo I. Carlos, caballero de la rama austríaca de la Orden del Toisón de Oro, empresario, propietario de bosques y bodegas vinícolas, es una persona de gran conciencia social, benefactor de fundaciones dedicadas a la juventud desempleada y presidente de una clínica para niños con cáncer en la Selva Negra. Hace años conocí en un baile benéfico de la Orden de Malta a la actual duquesa de Württemberg, la princesa Diana de Orléans, hija de los condes de París. Había ido a apoyar con su presencia las labores de esa humanitaria institución católica. Desprendía cierto «allure», mezcla de su condición principesca y del halo de artista que le rodea. Escultora, pintora, mecenas de jóvenes artistas, pero también cabeza de «Les Enfants de la Vie», ocupada en luchar contra enfermedades infantiles. Los Württemberg, que poseen una casa en Mallorca, tienen cuatro hijos y dos hijas, la menor de las cuales, la duquesa Fleur, es ahijada de Don Juan Carlos. El heredero, el duque Federico, está casado con la princesa Guillermina María zu Wied y viven en el castillo de Friedrichshafen. Del resto, dos están casados también con miembros del Gotha: Matilde, con el conde heredero Erich von Waldburg zu Zeil und Trauchburg, y Felipe, con la princesa María Carolina de Baviera.


Carlos y Diana, mecenas solidarios
El duque de Württemberg y su esposa, que pertenecen a la rama católica de la dinastía, son conocidos por su espíritu benefactor en diversas causas. Son, además, amigos personales del Rey



Las otras «joyas» de la corona


Los duques de Württemberg viven en su palacio de Altshausen, entre Ravensburg y Saulgau. Antes habitaron el de Friedrichshafen, a orillas del lago Constanza, otra de las joyas arquitectónicas de la dinastía. La antigua corte wurtemburguesa estaba en el viejo castillo de Stuttgart, hoy sede de un Museo de la Dinastía. No olvidemos el castillo de Solitude, que fue su mansión veraniega y ahora alberga una academia para jóvenes artistas, ni el magnífico castillo de Ludwigsburg, con su antiguo teatro, y sus palacetes anexos de Favorite y Monrepos.

Amadeo Rey es doctor en historia y
miembro de la Junta Directiva de la Asociación Monárquica Europea

Publicado en La Razón